XII
Es una noche de invierno, allá donde fui, seré, rememorado, imaginado, qué más da, creyendo en mí, creyendo que soy yo, no, no vale la pena, desde el momento en que hay otros, dónde, en el mundo de los otros, de los largos trayectos mortales, bajo el cielo, con una voz, no, no vale la pena, y algo por qué moverse, de vez en cuando, ya no, desde el momento en que los otros pasan, los verdaderos, pero sobre la tierra, seguramente sobre la tierra, el tiempo de una nueva muerte, de un nuevo despertar, esperando que aquí cambie, que algo cambie, que haga nacer más profundamente, morir más profundamente, o resucitar, al fondo de afuera de ese murmullo de memoria y sueño. Una noche de invierno, sin luna ni estrellas, pero clara, ve su cuerpo, el frente, una parte del frente, ¿qué ilumina, esta imposible noche, este imposible cuerpo?, en él está mi recuerdo, de la verdadera noche, es mi sueño, de la noche sin mañana, y mañana, ¿cómo se las arreglará mañana, para soportar mañana, el alba, el día?, se las arreglará como ayer, como se las arregló ayer, para soportar ayer. Es cierto, no soy yo, aún no, ya no, es un veterano, de los días y las noches, pero él olvida, piensa en mí, demasiado en mí, y el alba está todavía lejos, quizá tenga tiempo de no despuntar. Es lo que dice, con su voz que lo abandona, quizás esta noche, y dice, Qué claridad, ¿cómo me las arreglaré mañana, cómo me las arreglé ayer?, bah, es el fin, mañana está lejos, quién me habla así, y quién me niega así, como si le hubiera quitado el sitio, como si hubiera usurpado su vida, vieja vergüenza que me ha impedido vivir, haberme al vivir impedido vivir, y así siempre, refunfuñando, los viejos despropósitos, el mentón sobre el pecho, los brazos bamboleantes, las piernas sin fuerza, en la noche. ¿Me deslizarán en él, memoria y sueño de mí, en él todavía vivo?, ¿acaso no estoy ya en él, desde siempre, esparcido como un remordimiento?, ¿estaría, mi noche y mi contumacia, en el secreto de este moribundo, y sería su muerte mi última demora, por haber vivido?, y, quién divaga así, bah, hay voces por todas partes, orejas por todas partes, uno que habla diciendo, mientras habla, Quién habla, y de qué, y uno que escucha, mudo, sin comprender, lejos de todos, y cuerpos en todas partes, doblados, detenidos, donde debo tener tantas oportunidades, tan pocas, como en este cualquiera. Y nadie esperará, ni él ni los demás, nadie ha esperado nunca, para morir, que yo viva en él, para poder morir con él, pero aprisa aprisa todos mueren, diciéndose, Muramos aprisa, sin él, como en la vida, ahora que estamos a tiempo, antes de no haber vivido. Y este otro, naturalmente, qué decir de este otro, que divaga así, a fuerza de que yo provea y de él desprovisto, este otro sin nombre ni persona cuyo ser abandonado frecuentamos, nada. He aquí un bonito trío, y decir que todos sólo hacen uno, y que este uno sólo hace nada, y qué nada, no vale nada. Entonces, ¿estoy obligado a decir, es el momento, esto es la tierra, estas obras apenas vivas que me estaban destinadas y que recuperadas lo estarían a otro, gracias, y a reír, con esa larga risa muda de inexistente avisado, de escuchar atribuirme palabras tan gruesas?, qué sentido del humor, confiesa que ya no estás a la altura, que acabarás por montar en bicicleta. Ese es el coro de contables, opinan, como un solo hombre, otro más, y no es todo, todos los pueblos no bastarían, al término de billones se necesitaría un dios, de los testigos testigo sin testigo, suerte que ha fracasado, que nada ha empezado, nunca hubo nada más que nunca y nada, es una verdadera suerte, nada nunca, más que palabras muertas.
1950
"Relatos" - Samuel Beckett
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