martes, 19 de abril de 2011

EN EL CILINDRO

Visto desde el suelo en todo su contorno y toda su altura presenta una superficie ininterrumpida. Y sin embargo su mitad superior está acribillada de nichos. Esta paradoja se explica por la naturaleza de la iluminación cuya omnipresencia escamotea los huecos. Sin hablar de su debilidad. Buscar un nicho desde abajo con los ojos nunca se ha visto. Es raro que los ojos se eleven. Cuando lo hacen es hacia el techo. Suelo y muro están vírgenes de toda señal que pudiera servir de punto de referencia. Escalas levantadas siempre en los mismos lugares los pies no dejan huellas. Las cabezadas y los puñetazos contra el muro tampoco. Habría huellas que la iluminación impediría ver. El escalador que lleva su escala para levantarla en otro sitio lo hace a ojo de buen cubero. Es raro que se equivoque más de unos centímetros. Contando con la disposición de los nichos el error máximo es de un metro aproximadamente. Bajo el efecto de la pasión su agilidad es tal que incluso la desviación no le impide alcanzar un nicho cualquiera sino el previamente elegido ni a partir de él aunque con más dificultad recuperar la escala de un vencido o de una vencida o mejor aún de la vencida. Está sentada contra el muro con las piernas levantadas. Tiene la cabeza entre las rodillas y los brazos alrededor de las piernas. La mano izquierda sobre la tibia derecha y la derecha sobre el antebrazo izquierdo. Los cabellos rojizos empañados por la iluminación llegan hasta el suelo. Le ocultan el rostro y toda la parte delantera del cuerpo hasta la entrepierna. El pie izquierdo está cruzado sobre el derecho. Ella es el norte. Más ella que los demás vencidos por su mayor firmeza. A quien excepcionalmente quiere tomar la estrella ella puede servirle. Tal nicho para el escalador poco inclinado a las acrobacias evitables puede encontrarse a tantos pasos o metros al este o al oeste de la vencida sin que naturalmente él la llame así o de otro modo incluso mentalmente. Ni que decir tiene que únicamente los vencidos ocultan su rostro. No todos lo hacen. De pie o sentados con la cabeza alta algunos se contentan con no abrir los ojos. Evidentemente está prohibido rehusar el rostro o cualquier otra parte del cuerpo al buscador que lo solicite y que puede sin temor a resistencias separar las manos de las carnes que ocultan y levantar los párpados para examinar el ojo. Hay buscadores que se dirigen a los escaladores sin intención de escalar y con el único objetivo de inspeccionar de cerca a tal o tal otro vencido o sedentario. Así es cómo los cabellos de la vencida han sido muchas veces levantados y separados y la cabeza levantada y el rostro puesto al desnudo y toda la parte delantera del cuerpo hasta la entrepierna. Una vez terminada la inspección es costumbre volver a dejar cuidadosamente todo como estaba tanto como sea posible. Una cierta moral compromete a no hacer a otro lo que viniendo de él os entristecería. Este precepto se sigue bastante en el cilindro en la medida en que la búsqueda no sufre por ello. Esta no sería más que una burla sin la posibilidad en caso de duda de controlar ciertos detalles. La intervención directa para ponerlos en evidencia no se hace apenas más que sobre las personas de los vencidos y sedentarios. Cara o espalda a la pared éstos en efecto no presentan normalmente más que un solo aspecto y en consecuencia se exponen a ser girados. Pero allí donde hay movimiento como en la arena y la posibilidad de ladear el objeto casi no son necesarias esas manipulaciones. Ocurre claro está que un cuerpo se vea obligado a inmovilizar a otro y colocarlo de una cierta manera para examinar de cerca una región particular o para buscar una cicatriz por ejemplo o una peca. A destacar finalmente la inmunidad bajo este aspecto de los que hacen cola para la escala. Obligados por la penuria de espacio a pegarse unos contra otros durante largos períodos no ofrecen a la mirada sino parcelas de carne confundidas. Mal haya el temerario llevado de su pasión que ose levantar la mano al menor de ellos. Como un solo cuerpo la cola se lanza sobre él. Esta escena sobrepasa en violencia todo lo que en ese género puede ofrecer el cilindro.


1967



"Relatos" - Samuel Beckett

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